El 23 de mayo se cumplió un año que mi pequeña falleció y aún no me recupero. Sé que el tiempo curará la herida, la cual no ha cicatrizado y sigue doliendo como el primer día. La extraño todo el tiempo. Extraño su ladrido, su olor, sus bellos ojos de botón, sentir su cuerpecito junto al mío al dormir. Mi hija perruna que fue lo mejor que me pudo pasar en la vida.
Solo entienden los que han querido un perro como a un hijo, el dolor tan grande y el hueco enorme que nos dejan con su muerte. Los perritos son tan fieles y leales. Nos entregan su corazón desde el primer día. Son nuestros compañeros en las buenas y en las malas. Yo extraño eso, su compañía y todo lo que mi pequeña representó en mi vida, porque es cierto, fue mi mejor amiga. La que estuvo a mi lado consolando mis tristezas y compartiendo mis alegrías. Extraño tanto ver su carita de "ya no llores" cuando me sentía triste. Extraño verla brincando de emoción cuando escuchaba las llaves. Esa criatura tan pequeña dejo un espacio enorme que nada ni nadie podrá reemplazar y que solo el tiempo (que se me hace eterno) podrá ir curando.
Hoy sé, porque así quiero pensarlo más bien, que su alma descansa en paz y que su espíritu me acompaña en todo momento. Mi pequeña Coffee mocha.
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