miércoles, 24 de mayo de 2017

Florida...La parte mala del viaje

Como relataba en la otra entrada, desde el 2012 mi esposo comenzó con problemas de salud. Aunque llevaba un seguimiento médico, la enfermedad ya comenzaba a mostrar los estragos en su cuerpo, luego de varios años de descuido. La mañana que me recogió en el aeropuerto de Orlando y que me dijo que no mencionara nada de hospitales, yo vi a mi esposo más delgado de lo que era.

Durante una semana lo vi, cansado, sin ánimos, sin fuerza, sin poder retener alimento. Pero una mañana, alrededor de una hora después de haberse ido a trabajar, regreso al hotel para decirme:  Acompáñame al hospital. 

Al llegar al hospital, inmediatamente lo atendieron. En las dos horas siguientes pasarían ante nosotros una cantidad infinita de doctores que solo decían: Está muy grave. Una doctora no daba crédito cuando le preguntó a mi esposo, cuánto tiempo lleva con los malestares y él contestó que un mes. Ella decía, es que un mes es demasiado, no debiste dejar pasar tanto tiempo. La dificultad para caminar y ver es porque tus riñones ya no funcionan, estás intoxicado.

Fue un tiempo que se me hizo eterno mientras nos decían que se iba a hacer. No dejaban de entrar médicos y enfermeros. Mi esposo hablaba inglés, pero no faltaba el enfermero payaso que le decía: i don´t understand... Entre eso y que yo no hablo inglés, mi desesperación fue aumentando. Me sentía abrumada cuando intentaban explicarme lo que se iba a hacer y que yo tenia que firmar las autorizaciones para estudios y que le realizaran transfusiones sanguíneas. 

Cerca de las 6:00 pm lo ingresaron a piso. El lugar era muy elegante, nos explicaron que tiempo atrás Disney había construido el edificio para hacer un hotel de lujo, pero el proyecto se truncó y para no dejar el lugar sin uso se vendió a un grupo de inversionistas que crearon el Florida Hospital Celebration Health. 



Nos instalaron en una habitación de cuidados intensivos que estaba muy equipada y elegante. Los enfermeros se portaron muy amables, tanto que de repente me sorprendieron llevándome algo para que cenara. Ese sándwich iba a ser mi primer alimento en todo el día. Aún recuerdo ese gesto y lloro. Porque sin importar si un hospital es privado o público, cuando alguien voltea a ver al acompañante y lo reconforta se agradece, porque si, los que se llevan la peor parte son los pacientes pero uno que está ahí a su lado, se cansa, se siente perdido. 

Después de comer, yo esperaba que me dijeran que era el momento de retirarme, pero en cambio, entró el técnico de enfermero y comenzó a acomodar un sillón que estaba al fondo y al terminar me dijo que ahí estaba mi cama. Wow ¿cómo? me iban a permitir quedarme en la misma habitación que él y hasta me prepararon la cama. Estábamos siendo tratados muy bien.

A la mañana siguiente, a primera hora nos trasladaron al Florida Hospital Orlando, para que le pusieran el catéter para realizarle las hemodiálisis. Debido a que sus riñones ya no funcionaban.   



Al mismo tiempo que mi esposo era subido en la ambulancia, había otro paciente que también sería llevado al mismo centro médico en otro vehículo. Cuando el cirujano que realizaría el proceso nos explicó (gracias a Dios era latino, hablaba un español mocho pero se supo dar a entender) que es lo que se haría, llegó una enfermera, que dulcemente me dirigió a una sala de espera... Ahí entre no saber que hacer, se sentaba a mi lado la familiar del otro paciente que había llegado con mi esposo. Cómo yo la vi blanca y pelo güero, la saludé en inglés y al ver como batallaba me dijo: Hablo español. Ay fue un alivio para mi. Su nombre es Vero, ella estaba acompañando a su tío, al que también le iban a colocar un catéter para hemodiálisis. Así que platicamos y nos hicimos compañía una hora y media aproximadamente, hasta que la enfermera fue por nosotras. 

Cuando vi a mi esposo, este estaba profundamente dormido. Eso me tranquilizó pero a penas estaba empezando esto...

Mi esposo seguía débil y con muchos malestares. Esa primer noche no dormimos, porque él se sentía muy mal y lloraba y yo con él. Pero yo de miedo, le rogaba a Dios que no se lo llevara. Al día siguiente llegó a la habitación un joven con una máquina de hemodiálisis, luego de explicar el funcionamiento, nos dijo que el proceso tardaría 4 horas. Mi esposo estaba renuente a que le hicieran el tratamiento y durante esas 4 horas fue discusión con el enfermero, quien le decía: No digas eso, esto te salvará la vida...



Gracias a esa hemodiálisis, al día siguiente mi esposo amaneció un poco mejor, y esa noche, luego de la segunda sesión, su ánimo volvía. 

A la mañana siguiente, luego de 2 hemodiálisis, él estaba viendo la televisión, un capitulo de Family guy, cuando de repente soltó una carcajada. La enfermera en turno corrió a ver que sucedía y respiró profundo cuando vio que mi esposo estaba muy sonriente viendo la televisión.  


Estuvo internado una semana, en la cual estuvimos solitos, nadie fue a vernos, y era lógico, en dos meses no hizo tantas amistades o más bien fueron solo compañeros de trabajo que se limitaron a una convivencia laboral.  Cuando lo dieron de alta y pasamos a caja, no tuvimos la amarga experiencia de San Ramón, Ca. porque en este proyecto si le habían dado sus números de seguro correctos. De hecho el cajero nos dijo: que buena póliza de seguros tiene, es cobertura amplia, ni yo siendo empleado del hospital cuento con algo así. 

La última sesión de hemodiálisis que le faltaba se la tendría que hacer al día siguiente en un centro en Orlando, ya que el hospital no contaba con el área de hemodialisis a pesar de ser ultra moderno y de lujo. 

El centro de hemodiálisis se encontraba en un gueto, por eso nos habían advertido de no llevar con nosotros nada de valor. Es que para los estadounidenses los guetos son las zonas donde habitan las personas de raza afroamericana y que ellos consideran maleantes. Sí vimos que al ingresar las casas eran más sencillas y algunas calles estaban sucias. Pero dentro del centro médico todo fue normal. En las 3 horas que mi esposo estuvo en su sesión, me tocó ver entrar y salir gente de todo tipo, de todas las edades, algunos llegaban solos y conduciendo y otros en ambulancia. 

Por lo delicado que estuvo mi esposo y que el proyecto para el cual lo habían mandado se había cancelado días antes (casi a la par de cuando fue internado), nos informaron que regresaríamos a casa en dos días más.

Nuestro último día

Esa mañana él se despertó muy temprano, quería ir a comprar algunas cosas. Fuimos a varias tiendas, cuando se detuvo en un seven eleven. Me dijo: Me está bajando el azúcar, tráeme algo... Cuando regresé, que no me tardé ni un minuto, él estaba desvanecido en el asiento del copiloto. No sabía que hacer, porque no podía moverlo. En mi desesperación un joven estadounidense se detuvo a ayudarme, pero no podíamos. En eso mi esposo comenzó a gritar y a golpear con los nudillos el volante, solo decía: ya quiero irme a casa, déjenme...

De repente un joven latino se acercó y habló al 911. Cuando explicaba que pasaba, solo dijo: está como loco... Mi esposo: ¡No estoy loco!

No sé cuanto pasó pero se me hizo muy rápido, teníamos estacionado atrás a un policía, el carro de bomberos y una ambulancia. Yo no sé en que momento el coche estaba rodeado de gente y mis manos llenas de jugos y dulces. Pasaron minutos y trato de recordar y en verdad no puedo, solo sé que todos me hacían preguntas y yo no sabía ni que decir, estaba petrificada. En eso, un paramédico me hizo a un lado y comenzó a hablar despacio, me pidió que le explicara en español. Le dije que mi esposo era diabético, y que antier había salido del hospital y que mañana regresábamos a México, que el hotel en el que estábamos hospedados era el que estaba detrás del seven eleven. En eso los paramédicos ya habían logrado sacarlo del auto y llevarlo a la ambulancia. Luego de 10 minutos el policía me dijo: Se encuentra estable, tenga las llaves y llévelo a que duerma.(Claro, en inglés, pero si le entendí). Así que hice eso y en la habitación me solté a llorar como una niña cuando no pasaron ni 20 minutos y mi marido me dice: ¿Por qué tengo sangre en las manos? 

El no recordaba nada de los sucedido y como ya se sentía bien, tenía que terminar sus compras. Yo le decía que ya, que descansara, pero él era terco y no podía regresar sin sus cochinitos, unos marranitos de cerámica que había visto en el cracker barrel. 

La verdad yo estaba asustada, enojada y cuando llegamos luego de terminar las compras me dijo: Para cerrar con broche de oro nuestro viaje y que se te pase el susto te voy a llevar a cenar a un restaurante japonés donde te cocinan en la mesa.


A pesar de no querer ir en un principio, me la pasé bien, él siempre lograba hacer que mi enojo se esfumara porque comenzaba a bromear. 

A veces, quisiera ser como él. Vivir la vida sin estar pensando tanto. El vivía el momento. Siempre me dijo. Voy a morir joven y no quiero privarme de nada.

Al día siguiente partimos, cada uno con itinerario diferente para acabarla. Nosotros no habíamos comprado los boletos, la compañía solo había comprado el de él y ajustado el mio. Así que el voló de Orlando-Houston-México y yo: Orlando-Atlanta-México. Y para hacer todo más desesperante mi vuelo de Atlanta a México se retrasó 2 horas. Al llegar por fin y abrirse las puertas de salida, estaba mi flaquito esperándome. Ansioso por regresar a casa, aún nos faltaba un par de horas más para decir hogar dulce hogar.




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